EL CAMIÓN dejó atrás un tramo de cerradas
curvas zigzagueantes y ganando velocidad se internó en una prolongada recta en
declive.
Entonces lo
vio. Era un hombre alto y delgado erguido en mitad del camino, bajo el
calcinante sol de la tarde.Cauto y precavido, queriendo evitar a toda costa
cualquier posible accidente, redujo la marcha y le tocó bocina: el hombre
siguió allí en medio de pie, absolutamente imperturbable y estático, como
"si la cosa no fuera con él".
Consternado,
frenético –porque de ningún modo era plan llevárselo por delante,
aplastarlo como una mosca y luego cargar por el resto de sus días con aquella
muerte sobre sus espaldas…–, sacó medio cuerpo fuera de la roja y alta
cabina y prodigó gestos, señas, muecas, gritos y todavía más bocinazos...
Pero todo
fue inútil. El hombre no se inmutó lo más mínimo. Por el contrario —ahora que
la distancia entre ambos se había acortado de forma sensible lo veía con total
nitidez— enfrentó el camión con actitud provocativa y desafiante, como si fuera
a hacerlo pedazos con su cuerpo al momento de producirse el brutal
encontronazo.
Entonces lo vio claro. No
existe –se dijo– en el mundo fuerza capaz de removerlo de ahí, nada puedo yo
contra su férrea voluntad, sólo me queda plegarme dócilmente a ésta, asumir de
forma plena el papel que se me impone, que no es otro que el de instrumento a
través del cual el hombre en mitad del camino ha de dar cabal cumplimiento a su
fatal designio...
Y hundió a
fondo el acelerador...
Autor: Carlos Enrique Cabrera
Autor: Carlos Enrique Cabrera
0 comentarios:
Publicar un comentario