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domingo, 14 de julio de 2013

Camión



EL CAMIÓN dejó atrás un tramo de cerradas curvas zigzagueantes y ganando velocidad se internó en una prolongada recta en declive.

Entonces lo vio. Era un hombre alto y delgado erguido en mitad del camino, bajo el calcinante sol de la tarde.Cauto y precavido, queriendo evitar a toda costa cualquier posible accidente, redujo la marcha y le tocó bocina: el hombre siguió allí en medio de pie, absolutamente imperturbable y estático, como "si la cosa no fuera con él".

Consternado, frenético –porque de ningún modo era plan llevárselo por delante, aplastarlo como una mosca y luego cargar por el resto de sus días con aquella muerte sobre sus espaldas…–, sacó medio cuerpo fuera de la roja y alta cabina y prodigó gestos, señas, muecas, gritos y todavía más bocinazos...

Pero todo fue inútil. El hombre no se inmutó lo más mínimo. Por el contrario —ahora que la distancia entre ambos se había acortado de forma sensible lo veía con total nitidez— enfrentó el camión con actitud provocativa y desafiante, como si fuera a hacerlo pedazos con su cuerpo al momento de producirse el brutal encontronazo.

Entonces lo vio claro. No existe –se dijo– en el mundo fuerza capaz de removerlo de ahí, nada puedo yo contra su férrea voluntad, sólo me queda plegarme dócilmente a ésta, asumir de forma plena el papel que se me impone, que no es otro que el de instrumento a través del cual el hombre en mitad del camino ha de dar cabal cumplimiento a su fatal designio...


Y hundió a fondo el acelerador...

                                                     Autor: Carlos Enrique Cabrera

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