Se respira a estas horas
bocanadas de aire de una atmósfera
inquieta.
Cruzan puñales de silencio, lívidos
puñales de silencio innominado.
Ni un rumor, ni una hazaña secreta,
ni un vencido poblado.
El dolor más oscuro cava
incesantemente.
Muerde la boca su vencida lengua, y
chupa
la sangre airada que tiene un sabor a
gente.
Galopa la brisa con la muerte en la
grupa.
Saber que los hombres puros, los
tejidos
en una labor más fina que la de las
arañas,
muerden y pelean sin horas ni
sonidos,
sin flautas del esfuerzo ni tímpanos
de hazañas.
Ver lo que envuelve el silencio más
crudo.
Que es la lucha más firme y la fe
delicada,
hecha de piedra pura y de corazón
desnudo,
convertida en silencio y edificio de
nada.
Saber que aquellas frentes vestidas
por la luna
de una genuina palidez, sudor de
sueño,
transitan por un eco de noticia
ninguna,
por un triunfo sin arco y una gloria
sin dueño.
Dolidamente cruzan sus dos manos de
ira
los relojes callados, erguidos en la
esfera.
Es un tiempo que pasa y que parece
mentira.
Sólo la sien golpeando parece
verdadera.
Y nadie sabe nada, sólo que no se
rinde
nunca la piedra pura y el corazón
abierto.
Y que toda esperanza se recoge en la
linde
sollozada de luna de un combatiente
muerto.
Y que toda victoria tiene melancolía.
Taciturno perfil de mariposa
inquieta.
Justa gloria, aunque no hayan ruidos
sobre el tejado.
Ni crucen en las horas solas de
lejanía,
ni un rumor, ni una hazaña secreta,
ni un vencido poblado.
Autor: Pedro Mir
Autor: Pedro Mir
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